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Buenos Aires a los tantos días de febrero del 2021
No deberías irte
y desaparecer así, sin una despedida.
Qué importa si nos caemos
como dos borrachos
en el peor de los patetismos.
Yo quiero una despedida como la gente.
Necesito llorar a mares. Decir
que no entiendo nada de todo esto
y luego, ante la inminencia
de la separación, aceptar que caiga otra vez
desde el cielo, ese rayo,
esa cortina de agua que no cesa,
diciéndole a los cuatro vientos: Dios mío,
ya no nos veremos más.
Y llevarte después por la calle
en el pecho, en las manos
(un poco transpiradas) tironeando con fuerza
una balsa pequeña
pero sumamente fatigosa y antigua,
hasta el otro lado del río,
mientras una manada de cocodrilos
espera su puñadito de comida.
Soy un muchacho comprensivo.
Mi escena se desarrollaría en el interior
de un paisaje blindado
y nadie, nunca, se daría cuenta de nada.
Pero por favor, no desaparezcas de mi vida
como la otra noche.
Ya sé que somos aire, sueño, fantasmas
y que ningún ritual, por estúpido o maravilloso
que sea, podrá cambiar esto.
No importa, sólo quiero abrazarte
por última vez, y luego atenerme a las consecuencias.
O pensar, como lo haría cualquier otro
en esas circunstancias, en dormir o morir. Sólo eso.
Y decirlo después, inclusive, en voz alta
como si estuviera por fin adentro
de una relampagueante tragedia isabelina.
Osvaldo Bossi
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